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Llorenç Planagumà: “En vulcanología, de la destrucción surge belleza”

Carla Vidal

 

Las erupciones volcánicas son fuente de destrucción pero también fuente de oportunidades. Saber valorarlas, entenderlas y explotarlas (sosteniblemente) es la receta del geólogo Llorenç Planagumà.

Cuando la tierra ruge su potencia nos fascina y atemoriza a la par, pero de toda esa fuerza desatada que brota de sus entrañas no solo se deriva destrucción sino que, a la larga, se genera también oportunidad y belleza. “En vulcanología yo diferenciaría entre lo bello y lo sublime. Los grandes volcanes, de miles de metros, son fascinantes pero también dan miedo. Son sublimes. Por otro lado, tenemos los campos volcánicos que, son de por si, lugares bellos”, resume Llorenç Planagumà, geólogo y asesor para la geoconservación en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa (Olot, Girona) y coordinador científico de la Volcano Active Foundation. 

Algo que es especialmente cierto en los campos volcánicos monogenéticos,” generados por volcanes que han tenido una sola erupción” y que ofrecen “algunos de los territorios más bellos que se pueden encontrar en la tierra debido a que sus dinámicas eruptivas configuran un paisaje con formas suaves y suelos ricos que con una climatología adecuada se llenan de una gran diversidad de vegetación o cultivos”, explica Planagumà.

El hecho de que un campo volcánico no esté vinculado a ninguna capa de magma superficial hace que cuando éste asciende lo haga a través de fisuras de la corteza de la tierra y esto genera “un vulcanismo de conos pequeños en cada una de estas fisuras, de forma que hay zonas que quedan sembradas de pequeños conos en lugar de un único volcán que va creciendo en metros, como es el caso del Etna o el Teide”, nos ilustra el vulcanólogo. La zona de la Garrotxa (Girona) o la misma isla de Lanzarote son campos volcánicos monogetéticos, extensiones con  volcanes pequeños de 300 metros de altitud máximo.

Pero la actividad volcánica y el paisaje que deja tras su irrupción no es el único factor a tener en cuenta en la belleza de estos lugares. Según Llorenç Planagumà, “son tres los factores que inciden en ello. La geología, obviamente, pero también el clima, que lo modela, y las sociedades que conviven con él y lo transforman con actividades como la agricultura”. En el caso de que el clima acompañe, es decir, “si llueve, estos terrenos son muy fértiles y se pueden cultivar configurando así un paisaje muy agradable de coladas de lava y un mosaico de campos de cultivo en pequeñas colinas redondeadas con mucha vegetación y biodiversidad elevada”, ilustra el geólogo gerundense teniendo en mente el entorno de su Garrotxa natal. Pero incluso en el caso que la climatología no sea benévola, la naturaleza consigue impresionarnos con paisajes casi desérticos como es el caso de Lanzarote, “para mi un lugar fascinante” -cuenta Planagumà- “ya que la poca vegetación hace que se vean muy bien los volcanes y además el uso de la agricultura que se ha hecho en la zona le confiere un perfil muy particular”. Pero no solo aquí podemos encontrar campos volcánicos, si no que son unas formaciones bastante repartidas por toda la tierra, desde Asia (Japón o China) como en Nueva Zelanda, las Azores (Portugal) o México. 

Queda claro pues que, si bien es cierto que los volcanes son un peligro para la sociedad, también lo es que sus consecuencias pueden convertirse en un beneficio social, económico e incluso estético. “Tradicionalmente siempre se ha sacado provecho de los volcanes y es sabido que se han ido a buscar esos suelos más ricos, suelos jóvenes con mucho mineral, que producen las erupciones pero también es cierto que se les podría sacar más provecho a estas zonas”, apunta el geólogo. Para Planagumà la clave radica en la combinación y explotación de esa parte agrícola en conjunción con la gastronomía y el turismo. “Es un triángulo muy interesante con el que cuidas del paisaje, difundes sus valores y lo proteges y además te lo comes (hay un potencial enorme de sabores gastronómicos por descubrir). Es el máximo provecho del paisaje”, concluye Llorenç Planagumà.

Ejemplo de estas sinergias es el que se ha producido en un lugar que este vulcanólogo conoce bien, su Garrotxa natal. “El paisaje actual de la Garrotxa -explica el científico- es el fruto de una erupción volcánica de hace 8.000 años. Una erupción que proporcionó unos suelos fértiles que, combinados con un clima húmedo, han dado lugar a una rica biodiversidad. Causa y efecto son, a día de hoy, grandes aliados de la economía de la zona. Se creó una escuela de arte, se dinamizó el turismo, ayudó a la industrialización del territorio y se cultivaron productos singulares como la cebolla dulce o las judías de Santa Pau. Una demostración fehaciente de cómo la población ha conseguido revertir las consecuencias de aquel fenómeno natural en un beneficio”. En definitiva, evolucionar con el paisaje.  

 

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